El Museo ofrece en su planta baja la exhibición permanente con obra del Maestro Federico Silva; además, presenta exposiciones temporales de escultores nacionales e internacionales de alto nivel. Inaugurado el 18 de septiembre de 2003, como un recinto único en América Latina, este Museo se especializa en la creación tridimensional. Su nombre rinde homenaje al talento y generosidad de Federico Silva (1923) —extraordinario fabulador estético y referencia obligada en la pintura y la composición volumétrica—, quien puso a disposición del pueblo de México, para ser exhibido en San Luis Potosí, un conjunto notable de obras de su autoría.

Crédito fotográfico: Alejandro Catalá

Murciélago II
Federico Silva 
Fierro policromado
317 x 240 x 130 cm.
2000

La visión de la escultura de Silva representa la revelación significativamente motriz de nuestro espacio y tiempo, y, paralelamente, la inventiva de un puente fulgurante hacia otro ámbito fosforescente todavía desconocido e incumplido, porque su objetivo es el tiempo nucleando su obra. Silva reaviva su promesa en un lenguaje perseverante. Es un poeta que imagina y cincela la piedra primitiva de su pasado para convertirla en un diamante urbano, presente, de destellos futuristas. Puede verse con mayor claridad en qué consiste la transfiguración plástica, tridimensional, ritual y material.

Crédito de fotografía: Archivo Museo Federico Silva

Altar de la tierra
Federico Silva
Piedra Tlalmimilolpa y fierro
271 x 180 x 185 cm.
1995

Sus plasmaciones de entidades concretas indagan la inferioridad esencial de los modelos: aquello que constituye su naturaleza primordial, y la ostenta en presencias donde esa interioridad y esa naturaleza se manifiestan evidentes y definitivas. Él da origen, así, a figuraciones en donde lo plástico sirve de expresión a lo ontológico, donde la verdad del ser se revela, inconfundible, en materia y en espíritu.

Crédito de fotografía: Archivo Museo Federico Silva

Tláloc
Federico Silva
Piedra Tlalmimilolpa
414 x 375 x 200 cm.
2003

Masas y vacíos geométricos; órdenes de cantos y tendidas superficies: violencia de cortes precípites, apacibilidad de abiertas llanuras, van componiendo paso a paso la grandeza monumental de esta escultura. Las elementales formas abstractas se vuelven capaces de representar una realidad animada y latiente, que en muchos sentidos es la nuestra.

Crédito de fotografía: Archivo Museo Federico Silva

Grito
Federico Silva
Piedra Tlalmimilolpa
309 x 221 x 56 cm.
1996

Federico Silva ha conquistado la incertidumbre invencible de las formas geométricas: sistemas de prismas se establecen desafiantes en el espacio supliendo la planicie del color por la evidencia táctil del volumen. Su misma fijeza se transforma en vehículo de movilidad. Danza en ellas una incesante energía. Planos superficiales se extienden dando sentido al aire vacío; forman, en su movimiento, huecos exactos en sus limites de triángulos o cuadriláteros. Ampliamente abiertas las piernas, sostenidas por pies que se vuelven en direcciones contrarias, sostienen a su vez sus cuerpos hendidos, los brazos.

Crédito de fotografía: Archivo Museo Federico Silva

Puerta del paraíso
Federico Silva
Piedra Tlalmimilolpa policromada y fierro
305 x 340 x 70 cm.
2002

Silva construye la desnudez de sus imágenes tomando de los antiguos la monumentalidad de la intención, la cohesión elemental de las líneas de fuerza, el poder indesctructible de los esquemas geométricos. Evita así la delicadeza ornamental y da el sitio preponderante a los cuerpos que prestan unidad conceptual y sentido al volumen plástico instalándolo en el espacio. El espacio mismo se vuelve enorme, monumental: porque Federico Silva sabe que el espacio vacío es también materia esculpible. Sensitivos y abstractos a la vez, en la creación escultórica, el espacio y la masa se completan entre sí.

Crédito de fotografía: Archivo Museo Federico Silva

Scriptum
Federico Silva
Piedra Tlalmimilolpa
261 x 270 x 323 cm.
1996

El visitante habrá de bajar al subsuelo para encontrar una pieza extraordinaria, masiva, cuya dinámica es interna y aguarda, lo que la hace serena y perturbadora. Con el carácter estremecedor que impone visitar las tumbas del Valle de los Reyes en Egipto, la del Rey Pakal en Palenque, o las cuevas a orilla del mar muerto, el recinto abriga una pieza que muestra en sus extremos dos bloques lisos y dos estriados, dos taludes y dos tableros y al centro una alfarda semiprismatica de corte oblicuo y saledizo, rasgo que le imprime el toque de movimiento interrumpido.

Crédito de fotografía: Archivo Museo Federico Silva